Hace mucho tiempo,
en un lugar alejado de la muerte,
en plena juventud, en plena niñez,
yacía un centro, que decían ‘de educación’.
Había muchos niños,
Unos cuantos árboles, un recreo
donde los amigos charlaban,
y pasaban el tiempo.
Allí había una niña
que siempre estaba sola.
La llamaban ‘rara’, ‘tonta’,
y muchas otras cosas más.
A solas, en su casa, lloraba,
pero día tras día tenía que volver
a su infierno particular.
Todos se burlaban de ella,
la cual sólo tenía una amiga,
una compañera que siempre la seguía.
La llamaba soledad.
Ella no la ofendía,
mas la alejaba de la sociedad,
de la mínima oportunidad
de ser como esos niños
que jugaban en el parque.
Anochecía, y aquella niña,
ingenua, se preguntaba por qué.
Por qué la trataban así,
por qué le tiraban bolas de papel,
por qué la insultaban,
por qué la hacían sentir tan mal…
Creció, escuchando el ruido que hacían
los puñales que se clavaban en su corazón.
Volviéndose cada vez más insegura,
miraba a su alrededor, con miedo en sus ojos,
esperando la próxima patada en su alma,
ya dolorida.
No podía mirarse al espejo;
cada vez que lo hacía, veía un monstruo.
Anhelaba una palabra de aliento,
la buscaba, la ansiaba,… pero nunca llegaba.
A golpes maduró.
A día de hoy, con 20 años a sus espaldas,
echa la vista atrás,
y se pregunta, estúpidamente,
por qué no pudo ser feliz.
por qué no le dejaron vivir,
por qué la miraban con desprecio,
por qué tuvo que derramar lágrimas,
por qué hoy tiene que escribir este poema.
Intenta olvidar, claro que lo intenta,
pero está tan arraigado en su mente,
que por más que lo desea,
no lo consigue,
como no consiguió desprenderse
de su amiga soledad.