Huyó lejos de aquí, a un hogar donde le esperaba su gran amiga, Soledad, con sus brazos abiertos, y el pañuelo en la mano, esperando que se acercara para escupir toda su miseria, la poca atención que tuvo por parte de su gente más allegada, la cual no le regalaba más que odio y desconfianza a cada cumpleaños, y en navidad, más rencor, más insultos. Lo llevaban directo al infierno más cruel.
No fueron pocas las veces que decidió él mismo quitarse la vida, pues, ¿de qué merece la pena vivir, si nadie te quiere? Así pensaba él. Nadie le quiso decir ni una sola palabra de ánimo, de cariño. Y en esa persona se convirtió. En un ser sediento de amor, pero que está tan cansado de buscarlo, que se ha rendido, en el rincón más oscuro, alejado y pobre de la ciudad; donde nadie le molestaría, donde daría rienda suelta a sus pensamientos, y tal vez, después de tantos años, encontraría la felicidad en su tranquila y tan deseada muerte.